Parece increíble que algo tan naif pudiera excitar a alguien en algún momento. Pero pasó. Comienzos de los 80, Internet todavía no era este Internet, por entonces aquella protored de redes servía para el intercambio de información entre universidades. Pero en aquellas pantallas de fondo negro sobre las que relucían caracteres verde fluorescente, casi radiactivo, se colaron rudimentarias imágenes pornográficas calentadas a base de símblos. Formas fálicas en erección a través de una sucesión de guiones, sexos femeninos a base de corchetes y pechos cincelados con una rara combinación de paréntesis y puntitos. Fueron las primeros contenidos pornográficos que se colaron en los ordenadores. El asunto se fue sofisticando, hasta que los programadores consiguieron, incluso, traducir su fantasías más calenturientas a la pantalla, creando imágenes que recuerdan a una versión tecnológica y algo sórdida del punto de cruz. Lo hicieron utilizando código ASCII y consiguieron verdaderas virguerías que hicieron que más de un internauta comenzara a utilizar el teclado de su rudimentario 286 con una sola mano.
El desarrollo de Internet ha ido acompasado a la sofisticación de la pornografía, en lo que cocierne a los métodos de rodaje y difusión, claro, porque el contenido ha variado tirando a poco en las últimas décadas: imágenes de sexo explícito con más o menos vello, con decorados más o menos vintage. O eso es lo que cuentan los cinéfilos, vamos. La llegada de la web, en 1991 de la mano de Tim Berners Lee, supuso toda una revolución. También para el mundo del porno. Gary Kremen, el mismo tipo que fundó (y se hizo de oro) con la web de citas Match.com, registró en 1994 el dominio sex.com, oficialmente la primera página web dedicada al sexo de la historia.
El sitio web todavía sigue en activo. En un comienzo ofrecía cuentos subiditos de tono, alguna que otra imagen en gif y, ahora… bueno, puede echar un vistazo. Imágenes y vídeos sin sutilezas que han ido ganando terreno en la web desde la democratización de las cámaras digitales. Los primeros dispositivos capaces de tomar imágenes en JPG comenzaron a comercializarse en 1991. Sin embargo, no fue hasta finales de los noventa cuando se empezaron a colar en los hogares. Aquellos gadgets a pilas, que podían tomar instantáneas a unos 1,3 megapíxeles que entonces parecían lo más, venían a solucionar un tema que, a simple vista, puede parecer baladí: el pudor en el momento del revelado.
Sin embargo, lo que terminó de revolucionar el negocio de los contenidos para adultos fue la llegada del ADSL a los hogares, que vino a suponer barra libre de fotos, vídeos y textos eróticos en tiempo real sin necesidad de aquellos pitiditos y ruiditos molestos del módem, ni esa conexión que se caía cuando algún inoportuno llamaba al teléfono. Un avance que, sin embargo, terminó de dejar en paños menores -nunca mejor dicho- a la industria tradicional del porno. Desde la llegada de la banda ancha, gigantes del business más caliente como Penthouse o Hustler, que ya habían visto su hegemonía peligrar con la llegada del VHS, vieron como sus gigantes con pie de orgasmo se derrumbaban y sus cuentas de resultado sufrían un mayúsculo gatillazo.